Antecedentes
Al decaer la tradicional función transitista del Istmo de Panamá, luego de los ataques del Almirante Edward Vernon a Portobelo y Chagres (1739) y la virtual extinción del comercio ilícito por parte del Gobernador Dionisio de Alsedo y Herrera (1747), en la segunda mitad de la centuria dieciochesca se inició en este territorio una traumatizante etapa de languidez económica, acrecentada por los voraces incendios en la capital en 1737,1756 y 1781. Esta situación permaneció prácticamente sin mayores alteraciones hasta el primer decenio del decimonono.
De esta manera la proliferación de directrices modernas y diversas propugnadas por Carlos III, a fin de estrechar los lejanos vínculos económicos y políticos entre el imperio español y sus colonias americanas, muy poco o nada se hicieron sentir en el Istmo de Panamá, particularmente porque esta porción del Nuevo Continente desde la segunda mitad del siglo XVIII pasó a ocupar un segundo plano en los objetivos reformistas borbónicos, tanto más cuando se extinguió el sistema de Ferias y Galeones en Portobelo en 1748, y se suprimió el tribunal de la Real Audiencia de Panamá por Real Cédula de 20 de junio de 1751. Así al desdén de carácter externo en relación al Istmo, se sumo la decadencia económica del territorio, el cual subsistió con una explotación del agro en baja escala y por los "situados" procedentes de las Cajas Reales del Perú y Santa Fe.
Paralelo al decaimiento económico en Panamá se efectúo un ascenso demográfico, que alcanzó su clímax en el cuarto decenio del siglo XIX, en particular por el proceso de aculturación de los grupos indígenas del Darién, Veraguas y Chiriquí, así como por la llegada de contingentes militares, los cuales a la larga fijaron su residencia en el istmo. Esto originó una marcada primacía de la tasa de natalidad sobre la de mortalidad y la adopción de nuevos patrones de comportamiento económico y social de la clase explotadora del agro. Así mismo, reapareció el comercio ilícito, en especial durante los años de guerra, cuando se hacían escasas las mercaderías provenientes de la Península, a la par que la moneda se devaluaba constantemente. En este ambiente, surgió y se consolidó un nuevo grupo de criollos, consciente de su papel como minoría rectora de una mayoría anónima sumisa y con una mentalidad definida social, política y económicamente. La misma llevó el peso de las decisiones del país, aunque al mismo tiempo continuó aumentando la población libre de color, en tanto que el tráfico negrero prosiguió con altibajos hasta su virtual ocaso en las postrimerías del siglo XVIII